Los partidos políticos son hoy en día ángeles
y demonios de cualquier sistema. Cabe la posibilidad de que si se prescinde de
los partidos políticos nos podríamos encontrar con un sistema caracterizado por
un mayor reflejo de la diversidad de la sociedad que lo caracteriza.
Sin embargo, las luchas entre los partidos políticos
quizás enciendan la llama que genera políticas públicas. Tienen la presión
de todo un sistema de partidos y la obligación de satisfacer a ciertos sectores
de la sociedad con motivo de la búsqueda del voto para alcanzar o mantener el
poder.
Sin partidos políticos puede que las políticas
públicas se encuentren desprotegidas. Carecerían de las citadas formas con
las que se encuentran presionados por el propio sistema de partidos, puediendo existir una cierta reducción del control y de la gobernabilidad.
En cierto modo, un sistema político que
prescinda de los partidos políticos comparte ciertas ventajas con los sistemas
políticos proporcionales, por el reflejo de una mayor diversidad de la sociedad. A su vez, también ve acentuadas sus desventajas, como es el caso de la
pérdida de gobernabilidad.
Es difícil conocer cuál de las dos formas es
más eficaz, si con partidos políticos o sin ellos. Se produce un dilema entre
la pérdida de gobernabilidad con la que dotan los partidos políticos al sistema
frente a un posible aumento de la representatividad de los ciudadanos. Este hecho es consecuencia de la presumible participación más directa en el
mismo por el incremento de la proximidad entre el sistema y los ciudadanos.
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